EL DESTINO DE OLYMPIA
El sol arrancaba destellos a los botones, se enamoró de ella. ¡Era tan bonita! Tenía que ser suya, preguntó pero no era posible, tardaría meses y un buen día, se la llevó a su casa, reservó una habitación contigua al dormitorio un rincón junto a la ventana. Más de una vez abandonó el lecho matrimonial, iba a su encuentro, sus dedos la recorrían con auténtico placer, se fueron fraguando amores y desamores, alegrías y tristezas.
Pasó el tiempo, los tipos comenzaron a salir lentamente, imprimían sus caracteres donde les daba la gana, se estaba desfasando. El proceso fue rápido, una voluminosa caja vino a ocupar el espacio junto a la ventana. De nuevo una voz llegó desde la cama: Vamos, déjalo ya ¿por qué no te dedicas a contar ovejas, como el resto de los mortales?
La contempló por última vez cuando él la subió a su último destino: la buhardilla.
Pasó el tiempo, los tipos comenzaron a salir lentamente, imprimían sus caracteres donde les daba la gana, se estaba desfasando. El proceso fue rápido, una voluminosa caja vino a ocupar el espacio junto a la ventana. De nuevo una voz llegó desde la cama: Vamos, déjalo ya ¿por qué no te dedicas a contar ovejas, como el resto de los mortales?
La contempló por última vez cuando él la subió a su último destino: la buhardilla.
A veces, pienso que las máquinas conocen su final y comienzan a hacer cosas extrañas, por ejemplo tragarse un virus, hacer desaparecer un trabajo ya preparado para un día concreto, cosas así para decirnos: ¡Hasta aquí hemos llegado!.
R.J.M./20.10.16
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