(Sobre la infidelidad)
El
viento arreciaba y las nubes parecían precipitarse sobre los árboles
del jardín, las hojas parecían montículos de ropajes desechados y
las ramas silbaban al quedar desnudas, entonando canciones
fantasmagóricas en las ventanas. El aire movió las páginas del
libro abierto sobre la mesa, se leía: “Caminas con los naipes del
otoño a la vista. Con candidez aprehendida recibías el tacto de mi
vestido y se inventaba el mudo lenguaje de los gestos...”
Cerró
la ventana, el atardecer había sido tragado por la negrura, los
relámpagos iluminaban a intervalos la estancia Fue hacia el
interruptor de la lámpara y una respiración entrecortada se
interpuso, los latidos se aceleraron al percibir un murmullo de
palabras inconexas en el oído. La oscuridad se hacía visible a
intervalos de las ráfagas que hacían parecer espectros los
muebles, los libros, los cuerpos.
Las
manos atraían, rechazaban sin convicción, resbalaban y hacían
crujir los tejidos. Singulares luces de colores erizaban las
minúsculas células de la piel, describían pequeños ríos,
sensaciones largo tiempo aletargadas. Recordó: “Y el ácido placer
se entrega, con caricias de preámbulos...”Trató de no moverse, de
fijar la mirada en las palabras escritas: “Fue mucho más tarde que
supiste de la entrega de la lluvia en tu corteza...”
Las
brumas se disiparon con el chasquido de la llave en la cerradura. Un
sobresalto se precipitó en la sala, una imprecación siguió al
ruido de una silla al caer, inundó todos los demás sonidos. El
sortilegio se había quebrado. Una voz aguda sonó en el vestíbulo.
-
Vaya golpe que me he dado. ¿Qué haces con las luces apagadas?
-
Estaba leyendo, – la luz de la pantalla iluminó el libro.
-
Deberías haber encendido el farol de la puerta. ¿Has pasado
miedo?.
- ¡Oh, no! No estuve sola.
- Tú y tus libros.
Una
sombra se deslizaba hacia el jardín.
(R.J.M./Feb.15)
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