El rubio
Aquel rubio me miraba cada día desde la marquesina del autobús. Era tan insinuante, con sus ceñidos vaqueros y aquella verde mirada sombreada por el tejano. Me provocaba una extraña sensación de mujer cosmopolita, aunque no hubiese ido al extranjero y lo más lejos hubiese sido a la luna de Valencia. Soñaba, con el sur de California, con cegar sus ojos verdes. Estaba convencida de mi aspecto de mujer fatal con el cigarrillo entre los dedos, el humo que expelí en ese momento me provocó un irrefrenable ataque de tos. Sabía que era irracional, una foto nunca habla, pero lo intenté.
- Ahora todo es ecológico o prohibido -pensé en voz alta.
- Los tiempos cambian -dijo- antes estaba bien visto, yo establecía la grandes relaciones entre los poderosos, me invitaban a compartir las grandes decisiones. Me regalaban en bodas, bautizos y comuniones. Nadie que se preciara permanecía en una fiesta o discoteca sin desprender humo.
Le escuchaba atónita, él calló al ver que llegaba otra persona, prosiguió al ver que la señora en cuestión, me dirigía una mirada y se alejaba.
- Todos me abandonan hipócritamente, me rechazan y prefieren extasiarse con pastillas, son más limpias para el ambiente, pero el deterioro es más rápido. Me han declarado la guerra, yo que soy pacifista y envuelvo en humo sus palabras beligerantes. Yo que he encendido tantos amores entre labios y dedos. Soy ajeno a sus intereses, ellos son los que me han hecho adictivo, añadiéndome sustancias peligrosas.
Estaba tan absorta fumando el cigarrillo, que el autobús ecológico pasó sin detenerse, y al acelerar la marcha atropelló a la vecina del sexto, quién para no saludarme se había bajado de la acera. Desde entonces dicen de mí.
- ¡Bah, salvó la vida por fumar!.
(R.J.M./sept.2015)
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