Aquel verano invitamos a nuestra
casa del pueblo a mis cuñados, pensando que tal vez, el cambio de
vivienda les tranquilizaría a ambos, les dejamos nuestra habitación,
pero cada mañana oíamos los gritos e insultos de ella en el baño,
invariablemente él aparecía con huellas de uñas grabadas en la
espalda.
Hubo una tarde en la que ella
parecía más tranquila, había
deshojado varias flores sobre la mesa, como si se tratara de un puzle. Mi marido había descubierto
cassetes de los años 60 y comenzó a sonar música de Paul Anka, su
favorito. Se puso a bailar, se le transformó el rostro, reía, no
dejaba de gritar "¡Oh, Diana, solo yoo!". Fue la última
vez que la vi feliz.
(A mi cuñada, d.e.p.)
Estremecedor, Rosa preciosa.
ResponderEliminarMe gusta, sobre todo, el tratamiento del tema. Las palabras sencillas que utilizas son un contraste que impacta.
Un abrazo muy grande.
¡Gracias, Fefa, por tu opinión! Lo había puesto en Facebook, pero allí suelen leerlo mis sobrinos y no quería traerles trágicos recuerdos.
ResponderEliminarUn abrazo.