La
muchacha de esmeralda, ojos
centelleantes
al caer la tarde,
perdió
sus berilos entre sueños de Perseo
empapando
sus cabellos oro
en
medio de olas arrebatadas de sargazos,
su
talle de mirabel quedó roturado
en
el estanque mirador de lunas.
A
la muchacha la engendraron
en
un febrero estepario,
jamás
trenzaron de seda su cuerpo
la
vistieron de delantal rayado,
la
cercaron de aspidistras
en
blancos pasillos de almidón
y
apeldes de rutina.
Nunca
había oído hablar
de
Jean-Paul y sus caminos libertarios,
sólo
sabía de la carencia
de
hadas benignas en su infancia,
de
la soledad que empaña los cristales
ausentes
de sol tibio.
A
la muchacha le enseñaron a idolatrar
las
ostras sin mácula en el nácar,
sienta
sobre sus rodillas canes de suave pelaje.
No
comprende el llanto de los pájaros meciéndose
en
los cedros del Líbano y las araucarias.
Nunca
te ha hablado, no,
de
los nocturnos precipitados
que
invadieron su frente de pocos años;
ni
de los caballos enjaezados de plata
que
hendieron el aire de su temprano alborear.
Y,
sin embargo, tormenta de aguamarinas
han
estallado cubriendo su cuerpo de espumas
inertes
en la dorada playa, donde el sol
ni
las aguas del Leteo son suficientes
para
cicatrizar sus heridas.
La
muchacha ha perdido su asidero
de
burbujas, busca algún latido oxidado
donde
incendiar de flores los recuerdos;
una
cama para los helechos que acuchillan
la
voz metálica de los espinos.
La
muchacha quiere recobrar
el
brillo de sus esmeraldas ojos,
sembrando
de hierba azul los prados,
susurrando
ecos encendidos en el levante
de
los brazos. Rodeando su cintura yerma
no
quiere, inmóviles cenizas vallando
un
otoño marchito de caricias.
Poema
premiado por la Ag. Hispana de Escritores (1983)
Publicado
en "SORTILEGIOS" (Madrid 26.3.84)
The
Society of Spanish and Spanish-American Studies
adquirió
100 ejemplares por la riqueza de léxico.
(M.R.
Jaén/12.1.14)